viernes, 25 de julio de 2014

La pregunta diaria. (Cuento)

Sí, dije sin pensarlo demasiado. La situación no daba para andar desaprovechando oportunidades. Además no me habían dado la posibilidad de elegir. Me atajaron en la puerta y sin mediar con mi opinión, me engrilletaron al tobillo.
Desde ese día me sucede algo curioso y a la vez aterrador. Cada mañana, cuando me defino entre el sueño y la realidad, me pregunto qué día es. Es inmediato, instantáneo. En cuanto siento que comienzo a alcanzar la superficie de la vigilia, me viene la pregunta con la velocidad de un rayo.
“¿Qué día es hoy?”
Al abrir los ojos la pregunta ya tiene una respuesta, que por lo general me frustra y decepciona. Nunca es ese día que estoy esperando. Siempre es un día más. Digo más y no menos, porque cada uno de ellos se va acumulando como los granos de un reloj de arena desde aquel día en que dije sí.
No era tan tremendo al comienzo. Dentro del marco histórico en que se desarrollaba mi vida, la propuesta no iba a tardar mucho en llegar. Pero quizás ese fue el problema principal. No fue una propuesta. Fue algo determinante. Para antes de que yo llegara, alguien había dado el sí por mi. La afirmación, hoy creo que de forma involuntaria, fue un mero hecho burocrático. Negarme hubiese significado el destierro.
Continué, de cierto modo con mi vida, pero regalando la mitad de ella. ¿Por cuánto? Por no saber decir que no y por no seguir los sueños de la juventud.
Y ese día, que de alguna forma estoy siempre esperando, nunca llega. Es otro el día en que me levanto de la cama y como un autómata comienzo a realizar las tareas asignadas. Un día tras otro. Todos iguales. Son otros días que no pertenecen a mi vida verdadera. Soy lo que me hacen hacer, por un tiempo determinado hasta que ya no les soy útil y deciden otorgarme el permiso de volver a acostarme y dormir. Hasta la mañana siguiente. Soy el que los demás quieren que sea y he ahí la explicación de mi infortunada afirmación pretérita.
Me pregunto por el día en que estoy viviendo, para poder tener algún rasgo distintivo entre uno y otro. Nombrarlos me ayuda a diferenciarlos. Saber que yo soy, existo, y no pertenezco a la imaginación dañina de alguien más. Muchas veces me siento así. Estoy purgando una condena por algún mal que otro cometió en un tiempo y espacio diferente. No quiero, me niego a creer que esta es mi realidad.
Posiblemente esa respuesta, tan inconsciente dentro del estado en que se confecciona, sea el motivo por el cual no decido terminar con todo. Mientras haya respuesta, tengo la esperanza que ese día que espero llegue.
Lo peor es que fue todo por nada. Asesiné, con aquel sí, a un futuro que si bien nada prometía, por lo menos tenía el beneficio de la incertidumbre. Ahora son todas certezas. Tristes certezas. Está todo escrito, cronometrado como un plan sistemático, que concluye con un presagiado final. Me consuela saber, a diferencia de las personas que me rodean, que sólo estoy viviendo un fugaz pestañeo de luz entre dos oscuridades infinitas.
Lo que más lamento, es que todo fue por un puñado de monedas. Tres monedas falsas que auguraban un prospero porvenir. Hoy las monedas son más y siguen aumentando, pero el porvenir nunca llega. Ese día, nunca llega. No hay dinero que pueda comprar la libertad que añoro. Tampoco existe la cantidad suficiente para alcanzar la felicidad perdida. Que en su momento no era felicidad, pero que el tiempo y este yugo, se han encargado en transformarla en tal. Tres monedas, todo por tres monedas y un sí. Y las oportunidades comenzaron a caerse como las fichas de un dominó. Pasaban los días, los años y las fichas caídas eran cada vez más. Más cosas en el ropero, más cosas debajo de la cama. Con el tiempo los sueños se cubrieron con el polvo de lo cotidiano. Y en cada mañana comenzó a aparecer el:
“¿Qué día es hoy?”
Eso se pregunta una voz en mi interior antes de despertar. Se trata de aquel que pudo escapar del sí que me hicieron dar, que me hicieron decir. Quien formula la pregunta me ve desde algún lado, desde otra realidad. Me ve como un otro que ya no soy yo. Ve en lo que me convertí y sabe la pregunta que me hago todos los días. Trato de eliminarlo, de silenciarlo con una respuesta que se repite semana a semana. Pero él conoce el futuro, al igual que yo lo intuyo, y mis contestaciones ni siquiera lo perturban. Mientras tanto:
“¿Qué día es hoy?” Como cada mañana, antes de abrir los ojos, desde hace tantos años.
Podría haber terminado esto hace mucho tiempo, cuando comenzó a ser una carga insoportable. Pero no lo hice, esperando que el destino se tuerza radicalmente y que aquel sí de hace años, se transforme en algo anecdótico. Puedo confirmarlo: el destino no se tuerce. Ni por sí sólo, ni por nuestro esfuerzo por hacerlo. No se manejan variables infinitas dentro de las oportunidades lógicas de cada vida. Sólo son dos, y de eso depende saber decir sí, o saber decir no. Hoy que puedo dar un cierre de una vez y para siempre, definitivamente, el vaso con cicuta está vacío. Alguien fue más astuto, rápido y decidió dejar de preguntarse ¿Qué día es hoy?
Pero qué culpa tenía yo de no haber estado en el momento justo en el lugar indicado? Vinieron, propusieron, decidieron y dije que sí y la pregunta se comenzó a formular cada mañana. Como un grito de auxilio. Como una espera perpetua.
Así fue como resigné todo, por voluntad ajena y sin peros. Por una secuencia que se repite desde que dije sí, desde que pronuncio en mi interior el día en el que vivo.

Maldigo esta costumbre, maldigo a quien grita “¿Qué día es?”, maldigo el momento en que dije sí. Hoy no aguanto, no resisto más, no soporto la continuidad de los días, su parecido mimético, su simetría inconfundible. Esa pregunta todas las mañanas, sin sentido, sin modificar nada. Mi respuesta incondicional, mi sí perpetuo que me desgasta con cada minuto que pasa. Que me hace esperar que llegue ese día. Ese día, en que olvide qué día es, o que no tenga importancia saberlo. Ese día sin nombre en donde pueda retroceder hasta ese momento en donde todo comenzó, donde la pesadilla se hizo carne, para así recuperar el pasado muerto de sueños ahogados y silenciar definitivamente a la pregunta diaria de “¿Qué día es hoy?”

Por Matías Comicciolli.

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