martes, 22 de julio de 2014

Ese momento. (Cuento)

Fue en ese momento, que al abrir los ojos lo vió tendido en un charco de sangre.
Estaba desencajado, como fuera de sí. Las manos transpiraban y no dejaba de hacer ese maldito tic con los ojos. Cualquiera pensaría que estaba padeciendo un ataque de nervios, o uno de esos momentos en que nos encontramos poseídos por una fuerza que nos excede en cuerpo y espíritu.
Estaba meando y recordando una novela policial de un escritor chaqueño. Le parecía increíble la imagen de un asesinato así. Cómo podía creer que alguien, en su sano juicio podía cometer una atrocidad como esa. Es lo que pasa muchas veces con la literatura. Pensar como verosímil, algo totalmente disparatado. Y eso justamente era lo que padecía: un clásico caso de realidad literaria.
Luego de haber cometido el hecho, no sabía exactamente cuanto tiempo había transcurrido desde el golpe hasta la desesperación.
Simplemente fue un impulso. Pensaba en la novela del escritor chaqueño y nada impidió que actuara igual que el protagonista. Pero algo en sus entrañas se venía gestando desde antes, nadie puede desempeñar una actitud tan violenta sin una previa maceración y acumulación de eventos o circunstancias.
Claro que venia pensando en eso desde antes. Eran simples pensamientos, simples deseos o divagaciones. Las mismas que todos tenemos, pero que nunca llegamos a cumplir. Esas que nos aquejan por las noches, antes de dormir y que vamos desmenuzando detalladamente. Acto tras acto, acción por acción. Pensamos en qué decir, en cómo contestar, en las distintas posibilidades que se nos pueden llegar a presentar, en el modo de eludir complicaciones y sobre todo, en las consecuencias que esas mismas divagaciones tendrían sobre nuestras mundanas vidas. En esos casos absolutamente todas las configuraciones posibles se nos representan como un manual de instrucciones, al cual nunca recurrimos a la hora de la verdad.
Eso había estado pensando desde hacía tiempo, pero nunca creyó que podía llegar a actuar así. Las formas eran múltiples y variadas. Llegaban a ser actos de piadosa violencia, o certeros reflejos de irracionalidad absoluta.
Estos pensamientos siempre se encuentran reprimidos, en el mejor de los casos, por esas barreras que nos mantienen cuerdos. Quienes pasan, o saltan, esas barreras son aquellos que luego vemos en las secciones policiales de los diarios.
Eso fue exactamente lo que pasó. Saltó esas barreras.
Fue un segundo en donde todo pareció demasiado claro como para dejarlo ir. La certeza de un absoluto lleva a adquirir una total confianza sobre el pensamiento. Y frente a un absoluto no hay barrera moral o ética que valga. Estaba seguro que estaba actuando de un modo correcto. Ahora se ven las consecuencias y es cuando ataca el arrepentimiento.
En ese mismo momento el arrepentimiento no era una carta por jugar a favor de la victima.
Pero que pretendía que hiciese?
Lo entiendo por ser alguien que padeció semejante suplicio y angustia.
Se trata de borrar por completo los actos y acontecimientos que venimos realizando, hasta alcanzar por propio defecto de las circunstancias, el estado primigenio del comienzo de las cosas. Eliminar lo acontecido, ese charco de sangre debajo de un cuerpo que se ponía cada vez más rígido, era el resultado de tratar de cancelar una existencia dolorosa con el sólo fin de abrazar la esperanza de un alivio inmediato.
Llegado el momento lo sintió entrar, no estaba seguro de quién podía ser.
Frente a la pared del orinal, no se logra ver quien entra y quien sale.
Descubre que era él y lo que había pensado, junto con lo que pensaba en ese momento sobre la novela del escritor chaqueño, hicieron el resto.
No tuvieron nunca esos momento en que te puede cambiar la vida por tomar una sola y mínima decisión?
Muchas veces son momentos evitables, o que evitamos por cobardía. Otras, la elección es tan maniquea, que la segunda opción, generalmente, dejar todo tal cual está, y es la que solemos elegir. Pero son las mínimas, las verdaderamente importantes, las que no tienen salidas evasivas. Lo que hagamos lo vamos a llevar por siempre como un destino al que no pudimos escapar.
Las dos posibilidades que se presentaron en ese momento, en el momento que  reconoció quien era, lo llevarían o a la cárcel o a la frustración eterna. Por eso eligió una y no la otra.
Pero ahora, temblando y con esa mirada extraviada, sentía arrepentimiento y confesaba una y otra vez que no había querido llegar a tanto, que la cosa se le había escapado de las manos y que nunca había actuado de esa manera. No había actuado de esa manera, pero si había pensado que actuaba de esa manera. Cuantas veces lavó el cuchillo con el que almorzaba bajo la canilla, e imaginaba que él entraba y en un rápido movimiento, se lo ensartaba de lado a lado en el cuello. Lugo limpiaba los restos de sangre bajo la misma canilla abierta y se retiraba sin ningún tipo de arrepentimiento. Con el alma fría.
Cuando la escena se diluía en el aire, se volvía a encontrar lavando el cuchillo del almuerzo bajo la canilla del baño. Sacando esos restos de grasas adheridos en el filo.
Pero si nunca entraba el merecedor de la puñalada!. Ese momento llegó. La grasa del filo se transformó en sangre y quien entró era el hombre indicado.
Sabía que lo era, lo había pensado, lo había soñado, lo había planeado. Pero nunca creyó que tendría el valor de hacerlo. Ahora está ahí tirado, bajo un charco de sangre.
No dejaba de mover las manos, como un enfermo de parkinson. Trataba de tranquilizarlo para que me contara qué era lo que había pasado. No dejaba de repetir una especie de monologo que lo desligaba de la culpa del hecho, pero no de haberlo cometido.
No pudo escapar, no tenía opciones. Absolutamente abstraído, configuraba una realidad que aparentemente le fue ajena, pero que ahora le pertenecía para siempre. Como en la historia del escritor chaqueño.
El mundo estaba diciendo algo. Durante varios meses se fueron presentando un sin fin de indicios que terminaron en el brutal asesinato. El primero, quizás haya sido el cuchillo en el baño y pensar en que él entraba, distraído, a realizar sus necesidades.
¿Cómo el destino me va a poner en esa situación, sabiendo todo lo que pensaba y todo lo que sentía?
¿O será que el destino no conoce las cartas de uno, hasta que lo pone a prueba?  
La ventana abierta detrás de él, podía ser considerado como otro indicio que se representaba frente a sus deseos. Quien podía asegurar que él no se asomó y accidentalmente cayó por la ventana. También podía ser ayudado con algún empujoncito. Ya había estudiado, después de mucho observar, que siempre se acercaba a la a la ventana para saber como abrigarse antes de salir a almorzar. En ese momento y sin que se percatase, un leve toque desde atrás lo haría perder la estabilidad terminando la veloz carrera gravitacional contra el gris asfalto. El cuchillo, la ventana, la escalera; la cual también había aparecido como una migaja en el camino al asesinato. Una caricia, apenas, en el tobillo, cuando está a punto de dar el primer paso. Eso sólo bastaba para una espectacular y cinematográfica caída con final de muerte.
Cada situación se presentaba con un único significado. Un mensaje inclasificable, intraducible e indefinible en palabras coherentes.
De esa manera se puede identificar cada indicio individual y anónimo, con una finalidad genérica de características particulares. Las cuales se unieron, dentro de la prudencial distancia emotiva en que se encontraban, en el momento exacto en el que él cruzó la puerta del baño.
Todos los recuerdos que había grabado categóricamente en la memoria, aparecieron en un parpadeo.
Y cómo actuar de otra manera?  
Todo el control sobre las ideas se borró de un plumazo y un deseo irrefrenable se apoderó de todos los comportamientos que mantenía invisibles. Está lleno de hijos de puta, repetía sin pausa. Y sí, la verdad que está lleno de hijos de puta. Eso fue lo que produjo el imprevisible presente decisivo.
Estaba ahí, tenía todo los designios del mundo en las manos, además de la posibilidad de reducir la presencia constante de una profunda oscuridad. Todo se volvió difuso, casi como un día sin sombras. La novela del escritor chaqueño, los indicios de los últimos días, el baño, la soledad, la venganza, el volver al comienzo, el asesinato.
Se colocó en el mingitorio. Estaba a su lado, indefenso, con las manos ocupadas, relajado en lo más profundo de su sistema nervios. No opondría resistencia.
El mundo está lleno de hijos de puta. Tener que soportar lo que soportó.
Ahora meaba desprevenido. Indefenso.
Se cargó en el puño todos esos momentos que había tenido que soportar sin mayor razón aparente, que una ficticia jerarquía. Recordó todas esas veces que se ponía a hurgar los dientes con un clip, para sacarse los restos del almuerzo, para luego observar el pequeño trozo de comida, recogerlo con los labios y expulsarlo por el aire. Sin el menor ápice de respeto al prójimo. El recibimiento constante y permanente con una desdibujada cara de culo, acompañada del manoseo voluntario de la bolsa escrotal, para luego finalizar la ceremonia rascándose con unos cuantos convulsivos movimientos de vaivén. Ocho horas, nada más ni nada menos que ocho horas de ese constante calvario, escuchando el zapateo arrítmico, permanente, sobre el piso de madera. Eso vuelve loco a cualquiera. Cada golpe funcionaba como una gota cayendo tortuosamente en la frente de un condenado. Se sumaban a las razón del violento acto el volcán eruptivo que se activaba cada vez que se ponía a cortar las uñas en el escritorio. Restos de cadáveres se desperdigaban por toda la alfombra, cayendo inescrupulosamente con un insoportable ruido sordo. Clic, clik, clik; la gota, el alicate para las uñas, el zapateo. Dios, esa cara!!! Clic, clic, chak,chak, tuck, tuck tuck. Una tortura, la novela del escritor chaqueño, el baño, la canilla abierta, la gota, el agua clic, clic, clic. El cuchillo, la escalera, la ventana. Está indefenso. Esta meando clic, clic.
El golpe fue certero. La violencia, fatal. Al desmayarse, cayó como una bolsa de caca partiendo con el cráneo la loza del mingitorio. La sangro comenzó a moverse por el piso como un ente liberado de su cautiverio. Lenta y constante, buscando los declives que la hagan transitar.  

Sus manos dejaron de temblar, enfocó la vista. No había nada que revertir. Había matado a su jefe.   

Por Matías Comicciolli. (2012)

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