Tal
vez esté buscando forzar las cosas. No lo sé. A lo mejor es simplemente una
excusa para aferrar algún sentimiento oculto o secreto, el cual trata de
escapar por algún lado. Por esta razón en cada encuentro con ella, renace un dolor
que necesito ahogar con certezas inventadas.
Veo,
siento, de alguna manera, o trato de leer posibles desenlaces futuros en hechos
del presente continuo. Cuando junta sus manos, cuando se suelta el pelo o
cuando se abraza los hombros en actitud temerosa y a la vez valiente. Cualquier
suceso, acción u omisión de determinada actividad, me proyecta
irremediablemente hacia posibles situaciones ulteriores que necesito codificar.
No
hay una lógica exacta, o verdadera, en cada uno de estos pensamientos. Por el
contrario, la mayoría están forzados y manoseados como para que tengan un
juicio posible o efectivo.
Puede
ser que al comienzo se vuelva un buen ejercicio mental, volcado a los conceptos
lúdicos y de posibilidades. Pero con el tiempo los pensamientos se vuelven
abrumadores y toda causa pretende tener inexorablemente un efecto.
De
esta forma todo se va vinculando irremediablemente, dentro de mi cabeza y no
puedo escapar de ese vertiginoso laberinto ni con el lírico hilo de Ariadna.
La
tortura se hace miedo cuando ella finalmente clava sus ojos en los mios, y el
secreto, escondido en un futuro impermeable, alcanza lo deseable de la misma
belleza.
Es
en ese punto donde el tiempo se detiene y viajo hacia una realidad carente de
toda firmeza y busco con determinación y detalle la culminación de la historia.
Porque nada siento más inestable que la ignorancia del final. Necesito indagar
acerca del desenlace. Esa es mi mayor seguridad.
Me
descubro en una inmaterialidad insustancial, escribiendo lo que será, para mi,
el final de la historia. Con lo macabro que resultan los encuentros con uno
mismo, me entrego la novela terminada.
Me
siento a leer como si fuese un acto contingente de un devenir incontrolable.
Como
siempre él es un escritor frustrado y ella un ser hermosísimo e inalcanzable.
La trama se basa en el misterioso silencio de los sentimientos de ella y en la
incapacidad de él para huir de los mismos.
Ella
se suelta el pelo, ya lo había hecho tres veces en la misma tarde. Cruza ambas
manos sobre su pecho y se sujeta los hombros. Clava la mirada. Él sabe que las
palabras que escuchará estarán cargadas de la increíble oscuridad de lo real. Y
por eso la ama.
En
ese instante el relato se corta, no concuerda. El hilo de la historia se
fractura por completo y una brecha se abre antes del esperado final. Un salto
no premeditado por el autor. Un capricho del destino.
El
caudal de pensamientos vuelve a fluir como la sangre de una herida abierta. Las
posibilidades, los porqués. Uno detrás del otro, no es posible contenerlos.
Había
existido un momento dentro de lo pretérito de la existencia, en donde una
máquina, un olvido o una distracción habían quitado las últimas 13 páginas a la
novela.
Eran
simplemente esas 13 páginas que por antojo, fueron exceptuadas de mi
conocimiento.
¿Qué
dirían? ¿Qué parte de la historia contarían? ¿Qué se develaría tan importante,
que el destino no me lo deja saber?
Tal
vez ahí se encuentren las respuestas a todas las preguntas. Quizás con esa
carencia, aparecería el sentido verdadero e indiscutible de unas palabras que
jamás serán escuchadas.
La
solución a esos detalles se encerraría, quizás, en cada letra, hasta este
momento ausente de todo tipo de sentido. Y la posibilidad de remediarlo consta
simplemente de encontrar otro ejemplar de la novela. Pero, ¿cómo encontrar algo
que no se conoce y que a la vez es único e irrepetible?
El
final de mi ansiedad se alejaba de la orilla, transformándome en un naufrago en
medio de un mar de incertidumbres. La posibilidad de traducir los hechos
causales que me venían acosando, se concluirían completando la totalidad de la
historia, con esas 13 páginas.
¿Debía
encontrarlas, conocerlas? ¿Hasta dónde el final depende de saber la suma de los
hechos? Quizás la ignorancia y el desconocimiento permitan la creación
voluntaria de nuevos actos, de nuevos vínculos y de nuevas percepciones de una
realidad, que no deja de aparecerse como reveladora. La incógnita terminaba
siendo mucho más amigable que la certeza de un final.
Decidí,
aceptar la incomplitud de la historia. Preferí quedarme con la mutilación de
una porción menor de los sucesos, en donde tal vez se develaba el secreto mejor
guardado de cada una de mis epifanías cotidianas. Él se quedaría por siempre
con la mirada de ella detenida en sus ojos.
Por
algo se me negaban esas 13 páginas. Tal vez el sentido verdadero de alcanzar un
final definitivo, sea el no conocimiento de la totalidad de los
acontecimientos…
Por Matías Comicciolli.
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