Se veía en
los trailers que el estilo visual era más que prometedor. Y no me equivocaba.
Esta ópera prime de Bo (nieto del otro Armando) es impecable en sus planos y
fotografía. Al utilizar en su papel protagónico a un actor no profesional, se
tuvo que valer de una gran muñeca para poder reflejar lo que quería. Y lo
logra!
La peli es
oscura, decadente, casi desolada. Carlos Gutiérrez se hace llamar, y todos lo
conocen como “Elvis”, un excelente imitador del Rey que mezcla su vida
artística entre clubes de barrios, geriátricos y un empleo en una fábrica de
heladeras. En ninguno de todos sus mundos deja de ser “Elvis”, incluso frente a
su ex mujer (Griselda Siciliani) y su pequeña hija (Margarita López)
Los tres
están muy bien, incluso ella es prácticamente irreconocible en el papel de ex
esposa. Pero sin dudas lo que define incondicionalmente a la película, es la
obsesión enferma de su protagonista y el talento innato de quien se encarga de
encarnarlo: John Mclnerny. Es increíble
como se logra la excelencia en cada momento en que a este actor le toca cantar.
Piel de gallina para las versiones de temas como “Suspicious Minds” o “Always
on My Mind”.
La película
logra de esta manera meternos en la frustración del personaje e incluso
comenzamos a entender lo mal padre que es, en el momento en que la vida lo pone
al cuidado exclusivo de su hija.
Es una
historia chiquita casi minimalista, cargada de guiños, humor y poco diálogo.
Tiene el aire de película independiente, bien hecha y bien contada.
Tal vez es
criticable que en un momento, por algo que es crucial dentro del relato el
mundo de este “Elvis” se ve modificado, y llegando al final nos trastoca y nos
modifica esa esfera tan bien construida entre el barrio, la fábrica y el club,
para meternos en otro mundo, con otro código. Ese ruido no deja de movernos el
piso como espectadores y tal vez hasta molesta. Era hermosa la melancolía de su
prisión y su sufrimiento. ¿Por qué
sacarlo de ahí?
Obviando
mis objeciones, “El último Elvis” es
encantadoramente disfrutable. Mucho más si sabemos disfrutar de su soundtruck.
Por Matías Comicciolli
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