Hasta cuando y hasta dónde. Cansado de pedir, cansado de preguntar y
cansado de estar cansado. Yo ya me aburrí.
El gusto idílico se expandía en mi boca, como la indignación frente a
los hechos injustos. ¿Qué hay más agradable que eso? Si señor, un regio café
con leche (Expresso, para quienes tiene el pribilegio o la posibilidad de
pagarlo) Antes de una cursada es el merecido premio después de un periplo
urbano que va desde Monserrat hasta Quilmes, sin escalas, sin asiento, sin
ventilación apropiada y sin la posibilidad de denomiar a eso que acontece como
transporte público.
Como decía… una reconfortante dosis de cafeína cortada con el lácteo
elemento y una proporción desmesurada de glucosa.
Pero no. La cosa no es tan sensilla. El pago se traduce en efectivo o
tarjeta. Ahora bien, ambas tienen un precio diferente dependiendo de la
pertenencia, o no, a la institución encargada de la enseñanza académica, al
sacado de fotocopias y al bufete. Quiero decir: Para tomarte un café antes de
cursar, tenés que sacar una tarjeta magnética que puede o no ser la misma que
se utiliza para sacar las fotocopias en el centro de copiado.
¡Pero así es más fácil!- me
dice el caradura, que con zozobra pasa y pasa mi tarjeta magnética que, con el
tiempo, la humedad y el poco uso dejó de ejercer la función principal por la
que fue creada.
Continua la proclama del caballero encargado de la caja - ¡No te
hagas problema igual te cobro como si fueras estudiante!
Remarco: “como si FUERAS estudiante”. Este buen señor piensa, y
lo que es peor cree, que por la posesión de un cacho de plástico, uno es o no
estudiante de la Universidad Nacional de Quilmes. Lo malo no es que él lo
piense, sino que otros lo avalen de forma directa o indirecta.
Pero esto no se queda aca (igual el café lo garpé “como” estudiante.
Obviamente gracias al Señor… es justo y necesario) Con el copiado pasa lo
mismo.
Para sacar una fotocopia necesitas crédito (con todo el significado que
connota esta palabra), para tener crédito necesitas una tarjeta, para obtener la
tarjeta se debe ser alumno regular de la universidad, y para eso tenés que
haber aprobado el examen de ingreso.
-“Pero yo solo tengo 20
centavos, y quiero sacar dos fotocopias de este libro- dijo el
ingresarte. En ese momento, el joven aprendiz de fotocopiador lo miro
como si en realidad le hubiesen pedido que le entregue, por 20 centavos, la
formula secreta que transforma el plomo en oro. “Arroje 20 centavos en la
ranura, y vea la vida color de rosas” (Esta vez, gracias a Tuñón)
¡Y la biblioteca! Es un tema aparte: no se puede ingresar a la
biblioteca ni con bolsos ni con mochilas (en una teoría que se cumplió un
tiempo, pero como era una medida que no tenía ni pies ni cabeza duro lo que
tenía que durar). Pero mi indignación aumentó cuando en la entrada vi unos
hermosos casilleros para guardar las cosas, antes de entrar al recinto. Estos
armarios funcionan con monedas de un peso, las cuales son devueltas al
propietario, una vez utilizado el mueble. No me centrare en la discusión de la
utilización de la moneda de un peso para poder tener derecho a proteger
nuestras pertenencias, ya que creo que todos tenemos una opinión formada sobre
el tema.
Lo que en realidad me preocupa, es la cantidad de trabas y dificultades
que la Universidad está continuamente poniendo a los alumnos.
¿Alguien me dice para qué, todos los profesores pierden el tiempo en la
primera clase con sermones para que vayamos a la biblioteca, para conseguir que
los alumnos creen un vinculo directo con el objeto libro, para salir del tercer
mundo de las fotocopias etc. Etc. si después es más difícil entrar ahí que en la
primera de Boca? (Bue…!!!)
Dejando un poco de lado los sarcasmos, creo que la discusión recae en
los problemas de burocracia que se ponen a todo aquel que quiera acceder a un
libro, y no en la mala intención de los alumnos de llegar a él. Uno de estos
problemas burocráticos, es que si no tenés una moneda de un peso, no podes
entrar a la biblioteca, y ni hablar de los sistemas de búsqueda (de títulos o
autores) o prestamos domiciliarios.
Cada vez más, en la UNQ somos víctimas de códigos, password, tarjetas
magnéticas, etc. (Pienso en el futuro alumno de la UNQ con un código de barras
tatuado en la nuca)
A través de estos sistemas, es como se crea cierta conciencia sobre la Universidad.
Pregunten, si tienen alguna duda, a cualquier alumno del ingreso, el por qué
eligieron esta universidad, y entre algunas de las causas estará seguramente: “Porque
parece una Universidad privada”. Esto demuestra indudablemente, no solo lo
devaluado que está el concepto de lo público, sino también a donde apunta la
política de la UNQ.
Cuando en las clases hablamos de posibilidades de acceso a cualquier
tipo de cultura, con el fin de estrechar las distancias socioeconómicas, cuando
hablamos de pluralizar (hoy que esta tan de moda esta palabra) las identidades
entre los alumnos y la institución, para que todos tengamos las mismas
posibilidades, creo que solo hacemos agujeros en el agua, ya que convivimos en
una universidad con políticas totalmente opuestas.
Analizando este problema con el texto de Lazardfeld[1], creo
que en definitiva somos (como alumnos) material estadístico, para saber “cómo”
y “para qué”, estamos y nos movemos en la universidad. Servimos para las
estadísticas, para los censos socioeconómicos, a través de los cuales se puede
trazar un mapa geográfico de investigación de mercado, separándonos como dice
el texto, en grupos según nuestros niveles económicos.
Tal vez me estoy convirtiendo en un apocalíptico, o en un fiel creyente
de algún “Genio Maligno”, el cual esta empeñado en engañarme para satisfacer
sus propios fines. Pero al final de cuentas, no nos olvidemos: “El Hermano
Grande Nos ve” (También… gracias Orwell)
Por Matías Comicciolli
[1] Lazarsfeld,
Paul F.- Berelson, Bernard – Gaudet, Hazle. “El pueblo elige. Estudio del proceso de
formación del voto durante una campaña presidencial”. Ediciones 3. Buemos
Aires, 1962.
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