Se despereza. Abre los brazos, respira
profundo y continúa. Los únicos músculos que aparentan estar en un estado
constante de movimiento son sus globos oculares.
Toma aire nuevamente.
No hay dudas, está vivo.
Su mirada, como una progresión
minimalista, se traslada bidimensionalmente de sur a norte. Claro que esto
ocurre solamente porque nos encontramos en un determinado lugar del mundo,
ubicados de alguna manera en tiempo y espacio y bajo normas particulares, que
impiden que la acción transcurra de otra forma. Si nos trasladásemos a otro lugar
del mundo, a otra cultura; tal vez, y sólo tal vez, las acciones móviles que
ejecuta este individuo cambiarían radicalmente.
Otro movimiento. Inesperadamente, levanta
uno de sus brazos. Las acciones a seguir, si bien no son infinitas, ocupan un
amplio espectro de posibilidades. ¿Cuánto puede significar la elevación de un
brazo? Saludos, llamados de auxilio, someros pedidos de permiso. También pueden
ser considerados como una causa que llevará, irremediablemente, a conseguir un
efecto deseado (o no) Se puede levantar el brazo como signo de afecto y también
es una forma imperante de ejercer temor hacia otro ser viviente. Las
posibilidades, como se puede ver, son amplias y variadas, pero ninguna encaja
dentro del marco que estoy describiendo.
Levanta, entonces, su miembro superior. Lo
flexiona levemente a la altura de la articulación que divide al brazo del
antebrazo (la acción se desarrolla metódicamente, casi como un autómata, la
persona nunca se percata de estar realizando este movimiento. Para la vista de
cualquier espectador ajeno a la conciencia de este individuo, el movimiento se
traduciría como la programación a priori
instalada en un software inconsciente) roza suavemente la yema de sus dedos
índice y pulgar (quizás también se mezcló en la escena el dedo mayor, pero mi
lugar en el recinto impide una observación optima del perfil derecho del
mencionado personaje) seguramente, pienso, es en busca de esa humedad, carente
hasta el momento, que le permitirá llevar a cabo su cometido.
En el destino de sus dígitos no
intervendrá su corporalidad. El periplo, que conlleva la distancia,
infinitamente proporcional a los deseos subjetivos de cada persona, consta
aproximadamente de diez centímetros. Diez centímetros, que se repetirán hasta
alcanzar una distancia que no acabará con el fin de la actividad que se
desarrolla. Continuará, seguramente, en otro lugar, a otra hora y con otro fin.
Diez centímetros que los seres humanos han repetido a lo largo de los siglos, y
que, seguramente, seguirán repitiendo hasta el fin de los tiempos (si cabe la
posibilidad).
Una distancia y un movimiento que no se
logran cognitivamente (sí, tal vez la actividad) Los movimientos son
instintivos, biológicos, universales. Son sistemáticamente los mismos en todos
y cada uno de los hombres que alcanzaron (o tuvieron la gracia) las
posibilidades que su medio les brindó. De esta forma emergen de la conciencia
común, de un pasado compartido, las singularidades que, ahora, veo frente a mí.
Apoya el dedo sobre el vértice del
objeto. En ese momento, él y el objeto parecen fundirse en un solo universo,
ajenos a cualquier circunstancia. Existe a la vez, una extrañeza cualitativa
que les impedirá, eternamente, estar unidos. Ambos saben que tarde o temprano
todo acabará. La disección temporal logrará que la conjunción desaparezca,
haciendo volver a cada uno al mundo que pertenece.
El dedo índice raspa suavemente la parte
inferior del vértice, transformando lo múltiple en individual, haciendo que el
futuro se vuelva presente; barajando la posibilidad infinita del volver al
pasado todas las veces que se deseé. Se hace realidad el sueño humano de viajar
en el tiempo, en busca de la sabiduría que no logra hallar en el presente, tan
ínfimo, tan inmediato, tan inconsistente.
El futuro llega, y como siempre, es
incierto. La persona se trasladará en él convirtiéndolo en “ahora”. Buceará en la
incertidumbre de lo desconocido, mientras hace luz de la más absoluta
oscuridad. Se sentirá inundado por la niebla, mientras las verdades y
certidumbres apareces de repente, sorpresivamente. ¿No ocurre lo mismo con
vivir? ¿O podemos proyectarnos más allá de nuestros límites? El amor, el
desencuentro, el engaño, la mentira… la muerte. ¿No aparecen de golpe, como
obstáculos en la noche?
Una vez cometido el fin, que lo llevó a
consumar el hecho descrito, la persona vuelve a la postura original,
simétricamente perfecta, en la cual lo encontré en un principio.
Exteriormente es inmutable, su analogía
más inmediata sería la comparación con una estatua de cera. Pero… ¿Qué pasa en
su interior?
Sus sentimientos se amotinan y ya no es
dueño de sus pensamientos. Las influencias, las ideologías, las subjetividades;
se multiplican peligrosamente. Esto hará que se torne cada vez más difícil
encontrar rasgos de felicidad. Logrará enfrentarlo al mundo y que el mundo se
enfrente a él en todas y cada una de sus decisiones y elecciones. Esa postura
agónica, por momentos, inflexiblemente rutinaria y dolorosa morderá su conciencia ética y moral, y hará que segundo
a segundo deje de ser quien era.
Igualmente esto no tiene importancia, no
la tuvo para otros y tampoco la tendrá para él. La persona, al igual que
nosotros mismos, vivirá en carne propia estos procesos, siempre que decida
mantener un libro entre sus manos.
Por Matías Comicciolli 31/10/07
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