lunes, 1 de septiembre de 2014

“La montaña mágica” de Thomas Mann.

Indescriptible el goce que produce terminar “La montaña mágica”. Son de esos libros que, junto a “En busca del tiempo perdido” y “Ulises”, uno siempre guarda en la gatera, pero hay que tener mucha valentía y decisión para empezar con ellos. En este caso no lo dejé estar. Lo compré y el mismo día emprendí el camino.

No es un libro fácil. Ya desde sus 1050 páginas, el simple hecho de trasladarlo requiere de mucho amor propio y voluntad. Tampoco es un libro que se disfruta placenteramente. Sus páginas nos ponen siempre en cuestionamientos que nos incomodan y nos llevan a una inevitable reflexión e introspección. No me gustaría referirme a “La montaña…” como una “novela”. El libro contiene observaciones literarias, análisis musicales, críticas sociales y ensayos filosóficos, políticos y pedagógicos. No hay género, o forma, que reúna todas estas condiciones, y por eso es una obra única.

Único también es el viaje que se nos propone recorrer junto a su protagonista Hans Castorp, dentro las inmensidades del sanatorio Bergoff en lo alto de la montaña. En él nos vamos a preguntar por el verdadero sentido de la vida y de nuestra propia existencia. De cómo tres semanas pueden transformase en siete años y lo relativo que eso puede ser para la percepción de las personas. Porque el tiempo funciona como la pieza fundamental dentro del sentido y la apreciación de los que habitan el sanatorio. Con esta idea Mann nos hace entrar también a nosotros en este juego itinerante de infinitas controversias, entre los distintos pensamientos que acumula conocer nuestra condición de finitud. Tanto esto como el concepto de pérdida, o enfermedad, nos marcan el camino hacia una lectura fuertemente delimitada tanto por lo simbólico como por lo realista.

El amor, el arte y la historia también encuentran su lugar a través de enormes discursos, o discusiones, que en forma de monólogo plasman la enorme capacidad de Mann para abarcar un amplio espectro de interrogantes, que hacen a la necesidad del hombre cuestionarse a si mismo y a su entorno.  

El avanzar página tras página y el irse metiendo más y más en la historia, hacen una tarea imposible no verse comprometido con esta obra y experimentar, a la vez, las discusiones, análisis, comentarios y situaciones como si uno mismo se encontrara en lo alto de la montaña y hasta en algunos casos, se pusiera en la piel de Hans Castorp para ocupar su lugar de protagonista.

El análisis de un libro como este puede alcanzar un nivel de tesis de doctorado y formar un río de tinta a partir de lo que de él se ha escrito. Esto no es ni siquiera una aproximación cercana a todo lo que “La montaña mágica” puede decir, puede expresar, puede significar en aquel que se anime a tomar su primer página y leer: “Un modesto joven se dirigía en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos Platz, en el cantón de los Grisones. Allí iba a hacer una visita de tres semanas...”
  

De lo que se puede estar seguro y que a esta altura es una frase redundante pero a la vez sincera, es que uno no vuelve a ser el mismo después de subir a la montaña mágica. 


Por Matías Comicciolli

No hay comentarios:

Publicar un comentario