viernes, 1 de agosto de 2014

Recuerdos. (Cuento)

“Algunos habían logrado
Aprender el camino…”
-José Saramago-


No logro recordar con exactitud, pero creo que de este acontecimiento ya han pasado más de diez años. Los recuerdos vuelven a mi mente teñidos por la bruma que provoca el paso del tiempo. Su rostro (como hoy lo recuerdo) era austero, delgado, casi tenebroso. Su mirada tenía la proyección infinita de dos cuencas vacías, que una vez fijada en algún punto del espacio infundían un terror pavoroso.
Mi primera visita fue con la excusa de entrevistarlo para una revista universitaria, así pase algún tiempo. Luego lo visitaba (o trataba de visitarlo) alrededor de tres veces por semana. No comprendía, no encontraba una lógica razonable para explicar como un hombre de tanto talento no pudiera tener ningún recuerdo. Para hablar con mayor propiedad de esta historia, diré que en realidad si tenía recuerdos, el problema recaía en que Eduardo Arieta no podía retrotraer esos recuerdos a su presente.
Las charlas al comienzo fueron más que improductivas ya que nada recordaba de su larga trayectoria como pianista. Arieta había quedado, después del accidente, como una gran tabla rasa, como una hoja en blanco, su pasado esta tapado por un gran muro de piedra, preguntarle a Eduardo por este, era infundirle la desesperación que deja lo vacuo en la mente, de digamos por caso, de los poetas.
El accidente aparte de haber matado a su esposa Margarita, había apagado la luz de sus ojos y de su alma. Algo así como cuando alguien apaga la luz luego de haber cerrado un libro que lo desvelo hasta altas horas de la madrugada y decide descansar hasta el alba brindándose a un sueño tranquilo, Eduardo practicaba una acción similar, con la diferencia que su sueño era irreversiblemente largo.
Meses y meses habían pasado y no lograba siquiera levantarlo de la cama. La elite cultural (tan cínica e hipócrita como siempre) que tanto lo aplaudió en los conciertos de Roma, Londres y Nueva York ya lo había olvidado. En su propio país solo era un recuerdo vetusto de un pianista glorioso, mientras yo buscaba incansablemente la forma de traerlo al mundo de los vivos.
Sus palabras una tarde fueron fulminantes – No logro recordar nada – me dijo con la vista clavada en el infinito. Por más esfuerzo que hago solo veo la silueta borrosa, entre tinieblas de una mujer,  ¿Quién es? Por Dios decime.
Notaba que su mente se perturbaba aún más cuando trataba inútilmente de recordar. Buscaba incansable en el pasado de su memoria pero solo encontraba a un hombre postrado y ciego en una cama. El registro de su realidad estaba enfocado en un punto de vista obsoleto y estancado.
Mis visitas, llegado este punto, estaban teñidas de la más cruel de la piedades, sentía lastima por él y por la cruz que llevaba involuntariamente al haber perdido el derecho a la memoria, y pensaba (quizás de una manera un poco egoísta)  que ese hombre no solo había perdido su pasado al no poder recurrir a su memoria, sino también su futuro, valor irreconstruible sin el arraigo al pasado.
La noche era terriblemente oscura y fría y yo estaba a punto de retirarme de casa de Arieta cuando encontré en la biblioteca un disco de Schumann. Inmediatamente recordé que alguien, alguna vez me había prestado algún tratado de psicología, el cual estaba enfocado en cómo la conmoción creada por algún tipo de estimulación crea un vinculo directo entre la persona y su voluntad (sinceramente hoy tengo que reconocer que ese tratado de psicología hablaba de cualquier cosa menos de eso), pero lo importante es que funciono.
En el instante en que comenzó a sonar el concierto en mi menor opus cincuenticuatro de Schumann, los dedos de Eduardo Arieta acompañaron los sonidos del piano sobre la sabanas, la mímica era perfecta, su rostro mantenía una expresión de asombro y alegría, sin dejar de mover los dedos puso los pies en el suelo una fuerza voluntaria parecía que lo estuviese moviendo desde un mundo paralelo, me buscó entre su oscuridad y mi asombro, me tomó por los hombros y me grito en la cara….!Margarita, ella es Margarita¡

Recuerdo como de una forma inacabable se iban sucediendo los discos y con ellos volvían los recuerdos a la cabeza de Arieta, era como si devolvieran el agua a un estanque vacío y pienso que hoy me esta pasando lo mismo al leer este artículo del diario; “Murió el gran pianista Eduardo Arieta. La enfermera que lo cuido hasta el último momento contó de forma exclusiva para este medio que encontró a Eduardo plácidamente en su cama escuchando uno de sus conciertos favoritos de Schumann”.

Por Matías Comicciolli. 

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