Mirá lo que son las cosas. El martes empecé con mi
primera sesión de kinesio. Disciplina en la que, hasta ese mismo martes era
virgen. Como a todo ser humano, la incertidumbre me llenaba de miedo y el
cambio, o la modificación, de una rutina establecida; de angustia. Por esa
razón el día se aventuraba como no muy bueno. Saco de lado, o borro del rígido,
toda la parte laboral porque aburriría a mil lectores (que con suerte serán
sólo dos).A las 16 fiché para disponerme a tomar el 102. Traté de salir dos o
tres minutos más tarde de lo habitual, con el sólo fin de esquivar los
comentarios reiterativos, inocuos y chatos de la cola del fichaje. No estaba
como para soportarlos. Salí tranquilo. La marabunta de ansiosos y apurados para
nada ya había pasado. Allá, a lo lejos venía el bondi. Cruzo con cuidado y me
dispongo a tomar el último lugar en la otra cola que me tocaba. Aca pasa lo
primero: resulta que viene uno de esos que ves cada tanto, que te cruzas alguna
vez por los pasillos: saludo amable, algún comentario al paso y nada más. Me
mira y me dice “che estás más gordo!!!” Justo la clase de boludo que quería
evitar a toda costa. No entiendo la necesidad de algunos de hacer siempre algún
tipo de apreciación física sobre el otro. “Estás gordo”, “estás pelado”, “qué
camisa” o “que peinado!” Si ganzo, estoy más gordo pero con ejercicio se me va,
ahora yo no entiendo como vos te animás a salir con esa cara!!! Bueno, como el horno no estaba para bollos, rápidamente elaboré una pequeña venganza. “Sí,
estoy más gordo. Pasa que hace rato que no puedo hacer ejercicio porque me
salió un tumor en la rodilla. Justo ahora voy a llevar la biopsia para ver qué
onda” Se puso pálido. La palabra tumor genera esa blancura en el otro. No supo
que más decir. Igual medio que me salió el tiro por la culata, porque su culpa
lo llevo a tener que quedarse un rato hablando. Por suerte el 102 me rescato
casi al instante. Obviando que pedí boleto hasta Montes de Oca al 1400 y el
bondi dobla al 1000, el viaje fue aceptable. Abro la puerta del centro medico.
Sin prestar mucha atención me dirijo a la mesa de informes. Por suerte y
gracias a dios todo el tema papelerío salió bien. Por como venía la mano, ya
veía que me faltaba una firma un sello o una orden. Me senté, ahora sí,
dispuesto a esperar mi turno. La sala de espera era un osario de momias. Con
los años de las personas que estaban allí dentro, se podía calcular más o menos
la edad de la tierra. Había viejos para hacer dulce. Sí, de esos viejos con
olor a viejo. Momento de evadirse y leer. Cada tanto escuchaba una voz femenina
que enunciaba un nombre. No lograba verla por lo que la incógnita se develaría
recién cuando de sus labios saliera mi nombre. Cuando eso pasó no fue ni un
susurro ni una brisa. Fue más bien una proclama, y claro, como mi apellido no
es Gómez ni González, le costó un triunfo decirlo correctamente. No es que sea
difícil, pero a primera vista parece muy complejo por la reiteración y
repetición de algunas consonantes. Después de ese mal trago, vino la cucharada
de moco. La kinesióloga era la hija del cuco, la asesora del Dr. Frankestein,
una especie de hija no reconocida entre el Pingüino de Batman y una mortadela.
Sabía que no podía ser de otra manera. Ella también podía pertenecer a un
museo, pero de rarezas o extravagancias. Era una canción, pero de Marillyn
Manson o una lectura de Cohelo. Era un cuadro… de Botero. Ella había
pronunciado mi nombre, había dicho: matías co… me? Chie… lla!!!
-Vos tenías… tendinitis?- me dice apoyando su mano en
mi hombro, en un excesivo gesto de confianza.
-Tengo – dije con seguridad y mirándola a los ojos.-
Tendinitis bilateral rotuliana. – a esa altura esas tres palabras funcionaban
como un mantra: Tendinitis bilateral rotuliana, Tendinitis bilateral rotuliana.
Qué tenés? Por qué asunto es? Qué dice la orden? Tendinitis bilateral rotuliana.
Presté más atención a ese tren fantasma al que me
estaba por subir. Era un galpón subdividido en pequeños boxes, como un putero
barato de ruta. Me acostó y me introdujo unos cilindros enormes hasta la altura
de la rodilla. “Esto es magneto” dijo, y no pude evitar hacer la analogía con
el ceo de Clarín o con el villano de los X-men, incluso con el grupo musical. Encendió un pequeño aparato.
-Te apago la luz? – dijo con tono amable.
Inmovilizado como estaba, en ese lugar y con esa
gente dije “NO” casi sin pensarlo.
Estaba como un mono en un laboratorio. Boca arriba,
entre aparatos y esperando no sé qué. Pensé en leer, pero eso requería de que
apoyase mi cabeza en esa especie de almohada. De sólo pensar en esas viejas con
pelo violeta y olor a ropero, desistí de la idea. Los minutos pasaban y no
podía parar de pensar en el infortunio que significaba caer en diez sesiones de
kinesiología. Era como la eterna tortura al joven Prometeo por haber robado el
fuego a los Dioses. El tema que yo no había robado nada, pero el castigo me
caía de igual forma como el buitre comiendo todos los amaneceres de mis
entrañas.
No sentía nada. Cada dos o tres minutos miraba el
aparato que estaba a un costado. Tenía una luz prendida y una perilla. Era un
aparato analógico que bien podría haber salido del la película “1984”. Que
carajo me puede hacer eso. No siento nada, ni ruido hace! En ese momento tuve
una epifanía. El kinesiólogo es a la medicina, lo que los disk jockey a la
música. Uno tiene que creer, (confiar) que ellos saben. Ahora, lo único que
hacen es prender y apagar aparatos. Desde el cristianismo hasta aca es una de
las grandes mentiras de occidente. Qué estudias?, Kinesiología. Chorro, ladrón.
Creer que ese aparato me va a solucionar la tendinitis bilateral rotuliana, es
como creer que ese flaco de barba la quedó y resucitó al tercer día. Después me
hizo parar y me sentó en una bicicleta fija. Cinco minutos pedaleando a la
nada, como queriendo escapar de los cadáveres de zombies que me rodeaban. Desde
los once años que no ando en bici y voy y acato la orden de este ser amorfo.
Somos hijos del rigor y de los kinesiologos.
Salgo a los cuarenta minutos, con las rodillas
iguales o peor de cómo entré. De más está decir que el colectivo no me paró y
que le grité ¡Gordo de mierda, ojalá te agarré un tumor en la rodilla! al
colectivero. El viaje de vuelta fue otra penuria.
Sabés que es lo peor… que tengo que volver y la
predisposición es la misma.
También pueden decir: que exagerado!!! Tampoco es una
tragedia!!! Qué neurótico quejoso. El tema es que siempre tengo ese miedo de
irme al carajo, de caer al vacío si me mambeo con la gilada.
Por Matías Comicciolli
No hay comentarios:
Publicar un comentario