Basada en
hechos reales, la historia se centra en una familia de militantes Montoneros en
plena época de contraofensiva armada contra el gobierno militar.
Lo primero
que pienso es: OTRA PELICULA ARGENTINA
SOBRE LA DICTADURA!!!
Pero a los
pocos minutos me doy cuenta que no es “otra película…”, sino una película
“otra”. Una escena animada (sí, dibujada) de gran calidad e importancia
narrativa, hace que todo el prejuicio se borré de un plumazo y comencemos a
disfrutar de las imagen de otra manera.
En “Infancia clandestina” un chico de 11 o
12 años va descubriendo que el convivir con armas, reuniones constantes con
personas desconocidas, y continuas mudanzas, no es tan normal como se aparenta.
El niño en cuestión se llama Juan, o Ernesto, y su familia está compuesta por
su mamá (Natalia Orebro) su papá (Cesar Troncoso) su tío (Ernesto Alterio) y su
pequeña hermana. Toda la familia, escondida en la clandestinidad intenta pasar
desapercibida. Ernesto asiste a la escuela, su padre y su tío trabajan en una
pequeña empresa familiar de maní con chocolate y su madre atiende a la bebe
mientras realiza las cosas de la casa. El tema es que Ernesto en realidad se
llama Juan, dentro de las cajas de maní con chocolate se esconden las armas y
las municiones que su madre se encarga de repartirle en mano a los compañeros
militantes. Los planes parecen ir bien tanto para la familia, como para
Ernesto, hasta que el joven conoce a una compañerita de escuela. En ese punto
es donde la película toma fuerza y la historia de amor se traslada al nudo principal
del conflicto. Porque en definitiva “Infancia
clandestina” es una película de amor.
Para
destacar: las escenas animadas que recrean los momentos más duros y violentes
que le tocan vivir al joven Juan. Un recurso más que interesante y bien
utilizado.
Sin más,
sólo me queda insistir para que vean “Infancia
clandestina”.
Dato: cundo
la película termina y comienzan los títulos, aguanten un cachito y quédense a
escuchar el tema “Living de trincheras”
de Divididos. Buen cierre y de gran calidad para no desentonar con el conjunto
de la obra.
Por Matías Comicciolli.
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