¿Cómo han podido los hombres
llegar a creer en su existencia?
Mijail
Bakunin
El mismo trabajo de todos los días, tomar el mismo
colectivo, con las mismas caras y las mismas secuencias. No espero nada que me
asombre. Tal vez alguna falla mecánica en el motor podría cambiar mi viaje,
pero de alguna manera hasta eso también lo espero. Y para colmo, tengo esta
manía de observar todas y cada una de las cosas que suceden a mí alrededor,
tornando imposible mi fuga de esta cárcel intemporal.
¿De que hay que asombrarse? A esta altura ya he
perdido la continuidad de los hechos, los días se multiplican unos a otros como
una sucesión de actos involuntarios, los
cuales conozco casi de memoria y se como van a terminar. Estos viajes son como
una novela que leo a diario. Decenas de horas, cientos de minutos, miles de
segundos que ya no vuelven y de los cuales no he sacado ningún provecho.
La conciencia moral que me atosiga se funde en la
cultura implantada en mi psique, la cual dictamina que la vida es así. …¿Así?…
La vida es una angustia de paso, la verdadera vida debe estar después de esto.
Eso fue lo que pense cuando después de una fuerte
frenada vi salir entre las ruedas del colectivo un pequeño animal, el cual
luchaba descarnadamente por llegar a una pequeña porción de pasto en la vereda
y dar así con sus últimos minutos.
El colectivo arrancó y yo seguí con mi viaje. ¿Podrá
ser, que nos creamos tan superiores como para condenar la vida de esa manera,
sin realizar siquiera un examen de conciencia por el papel de verdugos que nos
toca interpretar? ¿Ese animal habría terminado su vida, o habría salido del
calvario?
Al otro día mire por la ventanilla y vi su cuerpo
inerte sobre el pasto, y pense que alguien se encargaría de recogerlo y
enterrarlo, pero siempre espero actos humanos que ni siquiera yo soy capaz de
realizar. Día tras día esperaba ver la desaparición del cadáver, pero esto no
sucedía, logrando que esa imagen finita se convirtiera en lo que alteraba mis
viajes.
Al principio su cuerpo no era diferente a cuando
estaba vivo, recostado hacia un lado, con
las patas estiradas sobre el pasto como eternamente dormido. Esa es la
imagen con la cual me hubiese querido quedar. Un cuerpo intacto, incorrompible
frente al paso del tiempo, sin tener la necesidad de inventar conformidades
como la existencia de un alma inmortal. Pero al día siguiente su cuerpo se
había hinchado adoptando una forma terrible. Pasaban los días y el cadáver
mutaba, mientras que a mí me desbordaba la impaciencia por llegar al sitio
mortuorio y deleitarme con el morboso juego de la putrefacción. Las moscas se
situaban por miles creando un ditirambo dionisiaco. Más tarde un ejército de
gusanos carcomía la carne hasta sus entrañas, creando en efecto de movimiento
constante. Imagino el olor dulce de la podredumbre, penetrante, indeleble….
Indescriptible….
Los viajes continuaban, y del cuerpo solo quedaba
cuero sobre un montón de huesos. Desde el colectivo solo parecían unas cuantas
maderas y trapos viejos. Pero eso alguna vez había tenido vida, había saltado,
corrido, tal vez hasta hubiese amado, no lo sé, pero sentí lastima y admiración
por el cadáver. La muerte de ese animal se me representaba como una escupida
hacia la cara de nuestras vidas. El ya no estaba entre nosotros y de esa manera
podía esconder el secreto que los seres vivientes tanto tratan de descifrar, de buscar, de pronosticar. El
animal tenía ya en su poder el destino común
de todos nosotros, ese que nos apura en el tiempo, que nos hace crecer,
plantearnos metas, lograrlas, fracasar, caer, levantarnos y seguir. Había
cumplido con el trámite final, mientras que nosotros todavía bailábamos con la
burocracia de la vida. Millones de horas de esfuerzo para conformar a una
sociedad que solo espera nuestra muerte. Infinidad de viajes en colectivos,
peleas, disputas, evaluaciones, sufrimientos, angustias, temores, nostalgias.
Solo debemos actuar conforme a la existencia de todos, conforme a la
trivialidad y a la rutina.
Los días siguen pasando y el cadáver del animal ya
no atrae mi atención hoy me entretengo mirando mi rostro en el espejo antes de
iniciar mi día. Ya veo como se va hinchando, en pocas semanas estará casi a
punto de estallar. Y luego vendrán las moscas y más tarde los gusanos, al igual
que el cadáver de aquel animal, con la diferencia que él tenía la gracia de
estar muerto y yo estoy sufriendo la putrefacción en vida, porque ese es mi
destino. Nuestro destino. El destino tan impersonal como la fatalidad misma, la
cual marca la fuerza irreversible de las cosas.
Por Matías Comicciolli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario