Con este cierro la trilogía que comenzó con “El origen de la tristeza”, y siguió (no
en un orden muy recomendable) con “En
cinco minutos levántate María”. Lo primero que me sale para decir es que
disfruté uno más que otro. ¿Disfruté? No sé si es la palabra adecuada. Disfruto
cuando no puedo dejar de leer algo, cuando me atrapa y me sumerge en un mundo
que no puedo abandonar. Desde ese lado los tres libros son más que
disfrutables.
Por otro lado, y más aún en este último relato,
la escritura de Ramos se sufre, se padece. De la trilogía, sin dudas, es el más
oscuro.
Todo transcurre durante el velatorio del padre
de Gabriel, y es justamente este acontecimiento el que desata en el
protagonista la ley de la ferocidad. El odio, el resentimiento, el rencor, son
expuestos en cada una de las páginas, sin dar casi respiro al lector. Las
cuotas de luminosidad que por momentos vemos asomar, son rápidamente ahogadas
por la bilis amarga de la angustia de quien cuanta la historia.
Si el con “El
origen de la tristeza” dije que era un libro muy recomendable para todo
tipo de lector. Con este opino todo lo contrario. “La ley…” te sumerge, no te
entretiene. Te persigue, no te divierte. No es un libro para el verano, para la
playa. Incluso creo que no es para leer de día. No quiero decir que sea un
libro difícil, la prosa es fluida y para nada complicada. Pero no por eso
pierde densidad, ahogamiento.
Por momentos buscamos un alivio, pretendemos
que Gabriel y su entorno se modifiquen, que pase algo nos dé algún atisbo de
esperanza, que en última instancia es lo que también está buscando el personaje
de Ramos. En un momento determinado nos resignamos a que ese respiro nunca llegue.
Ramos no escribe, vomita odio y dolor, y
nosotros, lectores, por detrás no le perdemos pisada a cada una de las letras.
Tal vez por morbosidad o tal vez por apego y lástima. Todas a fin de cuentas
son buenas razones para leer, tragar y si pueden digerir la trilogía de Ramos.
Por Matías Comicciolli.