martes, 1 de septiembre de 2009

Sueños de un mediodía soñado...

La previa de un asado, con Fernet y un sol picante coronaban un mediodía de esos en que te propones ignorar la realidad, me había sentado en una reposera bajo una parra, con la mesita de picnic sosteniendo una picada. La Radio del abuelo, que mi viejo recuperó en su taller, sintonizaba el programa partidario de River en una previa de esas que te van calentando los oídos. Así pintaba, mi último domingo: en cueros y exhibiendo la pancita, mientras fingía buscar un bronceado que nunca iba a llegar. Todo aquello formaba parte de una postal digna de sobresaltar a cualquier vieja paqueta.

Luego, se fueron sumando más personas a la ronda, tengo que reconocer que no lo hacían por mí, pero había encontrado un lugar privilegiado para asentarme y varios gustaron de imitarme, a nadie le interesaba el fútbol, cosa que no me importaba, era bienvenida la compañía.
El partido empezó, un gol por acá otro por allá, disimulaba mis nervios mientras se sucedía un intercambio de palabras con los invitados que ignoraban quién jugaba y a qué.

El primer tiempo se fue y de a poco, mis compañeros encontraron algo más divertido para hacer que estar sentado viéndome atacar la picada y recitar puteadas frente a la radio, dejándome sólo una vez más. Allá a lo lejos, el humito de la parrilla dejaba entrever que las cosas marchaban lo suficientemente bien como para moverme de mi lugar

Ahí nomás empezó el segundo tiempo: Y sucedió que el equipo rival, no sólo nos empataba el partido, sino que lo daba vuelta. Y fue eso lo último que recuerdo. El alcohol, junto al sol, mezclado con más alcohol cambiaron mi indignación por un dormir profundo, de esos que se te escapa la baba.

Y de repente me encontré, en la cancha, alentando en la tribuna, un loco me decía: “dale cantá, no seas amargo”. Me paré y casi sin entender empecé a saltar levantando la mano y mirando alrededor, a mi lado todos saltaban y cantaban y estaban contentos y me decían: “lo ganamos , vas a ver, no podemos perder” y juro que lo vi, de repente un pelotazo largo cruzado lo dejó al burrito sólo frente al arco y así, casi despreciando la pelota, antes que toque el piso se la sobró dejándo en ridículo al arquero, quien corría desesperado trastabillándose y convirtiéndose al mismo tiempo en testigo privilegiado de esa obra de arte. Era el 4 a 3 y era el final del partido, era a la vez un sueño hermoso y también era el momento de despertarse, porque me llamaban a comer el asado.

Por Win Derecho

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