jueves, 23 de julio de 2009

Surrealismo vía Bosques.


El tipo ocupaba casi los dos asientos. Sin dejar a la dama primero, apoltronó su humanidad frente a mí y desnudó una billetera andrajosa.
La primavera brillaba en su rostro, a pesar del incalculable frío que entraba por todos y cada uno de los recovecos del Roca vía Bosques.
-Un superpancho- pidió con la alegría de un infante.
Con poca esperanza, una mujer intentó sentarse junto al gordo, pero sus esfuerzos fueron en vano, ya que el señor no despegaba su atención del superpancho.
Su especto era hermosamente desaliñado e iracundo.
Una barba crecida, escondía en su interior rezagos de haber peleado las batallas más difíciles con los platos de comida más suculentos. No se podía definir con exactitud si era rubia o cana. Los condimentos se adherían como el sex appeal a las mujeres hermosas y sus fauces deglutían la salchicha de una manera envidiable.
Yo pensaba mientras tanto, lo raro y encantador que es un tren en hora pico; se mezclan el blues de la bohemia, con el olvido de amores rechazados, tormentos laborales y escarmientos adictivos.
Era inevitable no perpetuar mi mirada en la procesión gastronómica del gordo, digamos que era una poesía.
En Dominico repitió la escena con otro pancho, esta vez con papas fritas (el pancho con papas fritas es una práctica moderna. Cuando yo era chico era pancho, chico, y con mostaza. El que le ponía mayonesa se iba de tema como un perro verde. Mi viejo una vez, me llevó a comer pancho con papas fritas a la ciudad de La Plata, como una rareza)
La vestimenta del gordo era confusa, no se distinguía color alguno y a la vez dejaba deslizar una paleta cromática que hacía envidiar al mejor Pollock.
En eso el vértigo inundó a toda la concurrencia del vagón. Un vendedor de cd´s. Con el equipo incluido y un volumen de acordeón que acosaba las membranas basilares del más mentado. Eran clásico de los 70´s. Divino, el pelo del gordo, engominado con la grasa de sus manos, jugaba en el viento como el do, re, mi, de aquella década inolvidable. Era como soñar que uno está soñando, con la diferencia que aca nunca se sabe cuando va a despertar.
Surrealista e incomoda, mientras el Gordo se sacaba “de entre” la cutícula del dedo mayor, un trocito rebelde de pancho que no se había dejado comer, y mirándome, como pensando “que bien me vendría comer otro pancho”, un bálsamo sonaba:

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