Es increíble cuando se hace una maravillosa película
con una “historia mínima”. Lo que vemos no es más que una anécdota que puede
ser contada de mil formas diferentes. Puede ser graciosa, triste, desopilante,
nostálgica. En este caso en particular el director decide tomar el mejor de los
caminos y mostrarnos una road movie que llega al corazón sin golpes bajos y que
saca una sonrisa sin ser necesariamente divertida.
Un padre alcohólico y senil recibe un folleto en donde
se ve beneficiado con un millón de dólares. Claro, eso no es más que publicidad
fraudulenta, pero cómo hacérselo entender a este buen señor. El viejo insiste
tanto que su hijo, bastante alejado de su padre debido a la adicción de este,
decide tomar la ruta y llevar al anciano hasta el pueblo donde debería cobrar
el dinero.
La historia no es más que eso. Y eso es todo lo que
la conforma. A lo largo de la ruta resurgirán las relaciones paternofiliares
junto con la reconciliación con el pasado y el cariño incondicional que se
tienen el uno al otro.
Los marcos son fríos, desabridos, plomizos,
solitarios; casi como la vida de quienes habitan en ellos. Familias
desvinculadas, lazos rotos, relaciones inexpresivas o por conveniencia
completan la paletas de colores que en este caso se funden en blanco y negro.
Alexander Peyne se vale de la maravillosa actuación
de Bruce Dern para mezclar esa graciosa amargura melancólica que recorre el
film de punta a punta, mostrándonos a dos hombres que terminan de encontrarse
en el interior imperfecto de cada uno de ellos.
La película puede considerarse como una gran metáfora
o como una pequeña historia, simplemente porque son esas dos cosas, y conviven
ambas perfectamente dentro de ese desabrido Nebraska.
Al final, es inevitable un pequeño nudo en la
garganta cuando nos corremos de ser un simple espectador y nos vemos a nosotros
mismos cumpliendo ese rol de padre, y también ese rol de hijo. En ese momento
es cuando lo sencillo se hace profundo y la comedia y el drama se conjugan para
mostrarnos una historia anclada con fuerza en la vida misma.
Por Matías Comicciolli.
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