jueves, 25 de noviembre de 2010

Belle & Sebastián. We are not Living in the Real World.



Conocí Belle & Sebastián gracias a Sole, a quien conocí gracias a Edu, personas buenas y sensibles que siempre recuerdo cuando los escucho.

B&S es de esas bandas que me cambian, cuando estoy de mal humor o triste sus melodías me alegran o me hacen sonreír. Lentes oscuros, “Lazy line painter Jenny” en el mp3 y que fluya.

Llegamos al luna ¿apenas pasadas las 21? en combi desde Bernal. Obviamente, nadie llega a u show de Belle and Sebastian en tren tomando vino de un a botella de gaseosa recortada (esa imagen quedara en todo caso para futuras crónicas).

Ni bien nos acercamos a las puertas, me alcanzo con ver a la gente para profetizar la clase de show que estaría disfrutando en menos de una hora.

Es lunes, día atípico para un recital. Pero esta banda no es de las típicas, tampoco su público. Gente rara, dirán algunos, personas especiales para otros, seres humanos sensibles para alguien que desde la tribuna del costado me dice que tiene antojos de fideos a la salida.

El comienzo se anunciaba para las 21.30 por lo cual partimos cada uno a su puerta de acceso. En el camino veo un chico con un bastón, no porque lo necesitara ya que caminaba perfecto ¿dandismo puro, acaso? En ese momento lo pensé y lo sostuve durante todo el recital: una de los mejores elementos de Belle and Sebastian, es el público de Belle and Sebastian.



A pesar de lo que el sentido diría, no casi no hay adolescentes entre el público. La edad promedio es de entre 25 a 30 años, aunque frente mío hay un pareja de unos 40 años. Cuando era adolescente nunca hubiera escuchado B&S, mis prejuicios no me lo hubieran permitido. Cuando uno madura, incluso los chicos duros, se vuelve más sensible y deja de lado esas tonteras y sólo disfruta. Todos escribimos sobre el amor y en el fondo necesitamos que nos quieran.

Los movimientos en el escenario alistando todo para el show, las advertencias de seguridad, y los vendedores. Fin de las coincidencias con cualquier otro show que haya visto en otro lugar. Escucho, un poco sin querer y un poco a propósito, una conversación a mis espaldas. El grupo estaba compuesto por dos chicas y un chico. El chico les reprochaba a las chicas en tono de broma, obviamente por que no le avisaron que Belle and Sebastian era “una banda para chicas”. La amiga le contesta que no es una banda para chicas, sino una banda para “gente sensible”. Es la mejor imagen con la que puedo definir al publico del indie pop esa noche en el luna. Adoré ese auditorio de chicos con actitud bafici de remeras lindas y chicas pálidas con look Celeste Cid. Tienen la libertad de quienes se saben distintos y se asumen. Son los que están acostumbrados a subir a un bondi y que la gente los mire raro, sin entender. Es esa shiny happy people que bailaba a los saltos como Molly Ringwald en The Breakfast club, y como el mismo Stuart,. Son los que gracias a esa ¿calidez? ¿Tranquilidad? ¿Extrañeza? ¿Indieness? Permiten a la banda una interacción única con su público.

En tiempos donde la parafernalia escénica –léase proyecciones multimedia, pirotecnia, cientos de bailarines, magos, payasos, etc.- abunda, resulta emocionante ver a doce personas –sí, doce- subir sólo con sus instrumentos y durante casi dos horas hacer cantar y bailar a todo el Luna Park. Es imposible no moverse con “Step Into My Office, Baby” o “Another sunny day”, incluso para los que tenemos las caderas soldadas como yo.

No sólo invitando a subir a algunos al escenario y a premiarlos con medallas por bailar, sino también el mismísimo Stuart bajando del escenario mil veces. Por fin me toca el turno y viene para mi lado. Va pasando las manos a los costados saludando a todos, me toca el brazo tatuado hace 48 horas y al ver mi cara me mira y me sonríe. Creo que por este año, estoy hecha. Vida, ya no puedo pedirte más, demasiada música me has dado en estos meses. Sin querer se me vienen a la cabeza imágenes de otros shows que vi este año en el mismo lugar. Me pregunto que hubiera pasado si Deal o Santiago de los Pixies o Kapranos de los Franz Ferdinand se hubieran metido entre su publico. Imposible, sin duda.

Sin demagogias, sin necesidad de otra cosa que su carisma y su música exquisita, estos señores -que bien podrían pasar por un grupo de personas que asisten a un congreso de literatura inglesa del siglo XIV- hacen que cientos de niños indies canten cada melodía, coreen “uh, uhuh” junto con Stevie Jackson en "I´m Not Living in the Real World" y nos hagan llenar los ojos de lagrimas con “Like Dylan In The Movies”.
Además lograron un sonido perfecto, cosa difícil en el templo de box, incluida la pequeña orquesta de cuerdas y el cello solista .



"I´m a Cuckoo","I Didn't See It Coming","Step into my Office, Baby","Lord Anthony","Dirty Dream Number Two","The Boy With The Arab Strap","The Boy With The Arab Strap"...y todas las demàs, con un sonido perfecto.
En el escenario la mini orquesta disfruta tanto como su público y se nota en cada canción.

Después del ya clásico falso final al que nos someten todas las bandas que llegan este país –salvo Prince, que se fue y nunca más volvió- "Judy and the Dream of Horses" y “Me and the major” anuncian el final. Stuart Murdoch dijo que volvería, y yo me digo que también volvería a verlos.

Llega el final y me voy agradecida y feliz. Con la banda y con el público. Disfrute de un show prolijo y cálido, en lo sonoro y en lo artístico. Mientras salgo del luna siento caer sobre mi cabeza el peso de una sentencia: soy rara. El atenuante es que no me importa, hoy me di cuenta de que no estoy sola.

La desconcentración del Luna Park se asemeja más a la Noche de los museos que a la salida de un recital. Los fideos quedarán para otra ocasión, el conurbano sur espera, mientras trato de aprisionar cada recuerdo de esta noche, el 1 x Mitre me va devolviendo al mundo real.


Por Electric Barbarella y Leo P.

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