viernes, 14 de mayo de 2010

HINCHADA HAY UNA SÓLA.

Para la Real Academia Española un hincha es un “partidario entusiasta de un equipo de fútbol”, pero en nuestro país no sólo el fútbol goza de ese privilegio. El rock es otro ámbito desde donde el público hace alarde de su identificación y pasa así a formar parte del espectáculo. Dos de estas aglomeraciones que ya son un símbolo indeleble para el show son “La hinchada del Racing Club de Avellaneda” y la hinchada que siguió durante años a Patricio Rey y sus redonditos de Ricota y a Los Piojos.

Son miles y miles de almas que juntas entonan un grito de aliento para sacar adelante esa pasión que los une y que los lleva a compartir durante noventa minutos un sólo sentimiento. Lo mismo se puede extrapolar al campo de un estadio al sonar los primeros acordes de la vasta cantidad de himnos que supieron construir las estrellas de rock.

Pero el trabajo del hincha no es nada fácil y mucho menos si los colores que lo identifican son el blanco y celeste.

Racing no se caracteriza por tener los mejores jugadores, tampoco por los campeonatos obtenidos en los últimos tiempos y sus hinchas sufrieron el descenso de categoría en 1983 y la quiebra del club en 2000. A pesar de esto, se sigue catalogando como la hinchada más fiel del fútbol argentino mientras repiten continuamente al unísono su postura de incondicionalidad frente a los colores y el dar todo sin pedir nada.

Dentro del mundo del Rock se puede hablar de aquellos que hoy alardean con una asistencia perfecta a lo que se dio en llamar “La misa Ricotera” o al “Ritual Piojoso”. Y es así porque tanto la gente que seguía a Patricio Rey y sus redonditos de ricota, como la que no faltaron nunca a una fecha de “Los piojos”, supieron hacer de su asistencia a cada show una religión dogmática que hace de su sentimiento una cuestión inequívoca. El sufrimiento de estos rockeros lo llevan tatuado desde aquel 4 de agosto de 2001 cuando Solari y los Redondos tocaron por última vez en Chateau Carreras de Córdoba frente a 50 mil personas o desde el frío y lluvioso 30 de mayo de 2009 cuando la banda de El Palomar, frente a 65 mil almas, anunció un retiro por tiempo indeterminado.

Lo que no falta dentro de estos dos conglomerados de fanáticos es el sufrimiento. Un sufrimiento que va de la mano de una pasión que no se altera bajo ninguna condición y que busca en su fin último, el acceso a la mínima alegría. Alegría que se mezcla lentamente hacia lo mitológico de un heroísmo, que puede ir desde el tablón y los papelitos hasta el coro más eufórico en lo que se dio en llamar “el pogo más grande del mundo” al comenzar los primeros acordes de “Ji, ji, ji”.

Estos sentimientos hacen de cada hincha y de cada hinchada algo irreproducible, manteniendo, a pesar del éxito o del fracaso, el aura original que los identifica. Se configuran en lo que representan los ideales que mueven a cada uno detrás de un color o de una melodía, porque a la vez es una construcción que proviene de sus sueños y también de sus fracasos haciéndolos iguales y distintos, haciéndolos hinchas de una hinchada.


Por Misil Sovietico



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