lunes, 9 de agosto de 2010

PENSAR AL PAÍS.


En la larga lista de debates historiográficos que se sitúan en función de los mas diversos intereses y aproximaciones reivindicativas, salta a la vista la vasta injerencia y amplitud de errores y contradichos que matizan y contrastan en pos de un mismo objetivo, diversos enfoques y consecuencias.

Uno de estos pilares estructurales es lo que se dio a llamar el concepto de “argentinidad”, una palabra usufructuada por toda índole de grupos, sectores, logias y corporaciones que, al tratar de afianzar el sentido ético al cual sus proclamas tendían, no vacilaron en proclamarse herederos y centinelas de ese valor innato al que, para justificarnos en el presente, compramos como viaje de ida hacia el pasado.

Para esquematizar un poco podríamos a tono de no ser muy deterministas, tomar a la revolución de mayo de 1810 como punto de partida. La pregunta es: ¿Esta bien este recorte? que causas elementales hacen de trasfondo a un hecho fáctico en el recorrido histórico argentino (y porque no latinoamericano). Esto es uno de los grandes problemas de la historiografía argentina.

La primera generación de historiadores, tales como Mitre o Fidel López encararon a esta fecha como el hito fundante de la nación, la argentinidad. Junto con el dominio imperial realista existía aprisionada un sentir nacionalista identitario que se libero con las proclamas de la primera junta bajo los auspicios de la nueva cosmovisión ideológica que se generaba al calor de los conflictos europeos, en donde el antiguo régimen estamental se venía abajo. Otros historiadores, como Ingenieros, también daban sentido a este acontecimiento como el de una burguesía saliente con todas las de ganar para demostrar sus potencialidades revolucionarias.

Sin embargo, fue recién hacia mediados del siglo XX, que una nueva capa de historiadores guiados por Halperín Donghi (eminencia en historia decimonónica, aberración en contemporánea) tomaron las riendas y empezaron a tergiversar esta visón de una manera por primera vez mas científica que politiquera. A pesar de este avance, en los análisis, sean estos sociales, políticos o económicos, se seguía partiendo de la nación conformada.

José Carlos Chiaramonte es una buena fuente para entender este proceso de conformaciones, rupturas y recombinaciones de un modo diferente. Con la caída de la junta central (1810), el viejo principio en el cual la soberanía, por mandato divino residía en el rey, previo paso por el pueblo, empieza a resquebrajarse. Las reformas borbónicas (intento desesperado por dar nueva vida al imperio español ante la amenaza insular británica), alteraron el paisaje administrativo del Virreinato del Río de la Plata, dando lugar al nacimiento de las gobernaciones e intendencias. Ante la retroversión de la soberanía a ‘los’ pueblos, el pacto colonial fundante de la jerarquía realista se contempla ante un nuevo e inminente obstáculo. Son estas provincias, último sobreviviente cohesivo legitimo, las que comienzan a desarrollar sus prerrogativas y finalidades ante el vacío gubernativo. Las ideas de federación, confederación, republica, o monarquía, no son preceptos aludidos por una elite coherente y nacional, sino que son tan solo proyectos de una numerosísima serie de debates que encuentran lugar al calor de las luchas externas e internas.

La politización, la institucionalización y la conformación de una estructura económica altamente dependiente del mercado internacional revolucionado por la industrialización, no emanan espontáneamente, sino que son factores de un proceso gradual de fortalecimiento donde las autonomías y el centralismo se discuten, no por un odio netamente ideológico, sino por las normativas direccionales que esos mismos movimientos debían adquirir en pos de una eventual construcción nacional que solo se llegaría a dar hacia la década de 1880 sobre una fuerte conexión con el capital y el mercado europeo.


Fuente: Textos correspondientes a la materia Historia Argentina I (1776-1862), cátedra Goldman, primer cuatrimestre 2010, FFYL, UBA.


Por Bernav Larvashenkov

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