domingo, 3 de enero de 2010

El Resurgir de una utopía.

En este año que pasó, se cumplieron dos décadas de la caída del muro de Berlín. Esto no solo significó un cambio trascendental en el decurso político histórico, sino que ejerció toda su impronta al variar toda una cosmovisión. La caída del denominado ‘socialismo real’ no pretendió como quisieron hacer creer Fukuyama y compañía el ‘fin de la historia’. Una multiplicidad de factores, que se originan en la misma base sobre la cual se pretendió establecer un estado obrero, (estamos hablando de la Revolución Rusa de 1917) concretizaron el proceso de burocratización y centralización que desembocaron en una total esclavitud de los pueblos trabajadores los cuales sufrieron verdaderas dictaduras que no estaban dirigidas por ellos sino por una capa administrativa aristocratizante que terminó de sellar el socavamiento de cualquier ideal de libertad y bienestar. Frente a la continua caracterización que los medios burgueses le imponen a la caída del muro como el triunfo del sistema capitalista y las democracias de libre mercado, emerge otra salida, que nacida hacia mediados del siglo XIX, tuvo que luchar por si sola contra la fuerza de todo tipo de detractores que solo veían en ella a grupos de inadaptados sociales o simples terroristas eternamente insatisfechos. Este movimiento es el anarquismo. Ya tomando cuerpo contra el socialismo autoritario marxista en la primera internacional, Bakunin y sus seguidores atestiguaron con sus teorías, el ideal de una verdadera moral de vida basada en la libertad del ser humano y la solidaridad. El comunismo libertario fue ganado terreno a través de la concientización de la clase obrera, la cual mediante una revolución social, acabaría con el estado opresor burgués y se establecería una verdadera sociedad sin clases donde la organización autogestionada y la participación asamblearia serian los pilares fundamentales sobre los cuales las formas de producción se acoplarían al consumo de una manera relativa a cada necesidad, influida esta ultima por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas o el propio gusto individual. Este movimiento tuvo una gran masa de seguidores (sobretodo en Argentina y España). En contra de la praxis marxista, los anarquistas sostenían que era necesario acabar con el estado mediante la propia enseñanza, es decir, mediante la propia concientización de la sociedad. Una vez acabada la propiedad privada y acaparado de una manera colectiva las herramientas y medios de trabajo, estos se organizarían de una manera verdaderamente democrática, negando el derecho al trabajo como una necesidad, sino mas bien apelando al derecho al bienestar como verdadera síntesis de la esencia innata de libertad que posee todo ser humano (todo esto incluye como bien señala Kropotkin, la vivienda, la vestimenta, las necesidades artística y lo mas importante, el alimento). Ante el actual panorama de injusticias e inequidades sociales, que carcomen las conciencias, combinado a los intereses de las clases dominantes y a la indiferencia e inacción de las clases medias, es de vital importancia difundir estos pensamientos y hechos ocultados y desprestigiados de una manera imperiosa a lo largo de casi dos siglos. Etiquetar de utopistas a estos hacedores de historia (como todos) es verdaderamente un sinsentido, ya que por ejemplo, en la Catalunya de mediados de la guerra civil española (1936-1939), se plasmó en la realidad como una democracia obrera de base podía funcionar sin ninguna injerencia administrativa ni burocrática. Hoy algunos ven resabios de anarquismo en las asociaciones barriales y culturales, las asambleas espontáneas de vecinos (enfatizo acá en las generadas en el 2001 por el famosos ‘que se vayan todos’ y no las actuales por ‘seguridad’, que lastima¡¡) y aldeas ecológicas. Una vez que se considere que el trabajo es imperante para uno mismo y para todos, que mediante la cooperación y la necesidad de corresponder a las necesidades de todos se construye la verdadera armonía estaremos pisando terreno firme donde solo a los ‘osados pertenece el futuro’.

Por Bernav Larvashenkov

2 comentarios:

  1. Mi querido Bernav, que bueno es encontrar una nota ácrata en el blog y sobre todo proviniendo de alguien apenas barbado y con apellido ruso.
    Quisiera compartir un fragmento de Christian Ferrer, de su libro "Cabezas de tormenta".
    Espero que lo disfrutes.

    "La palabra "anarquista" suena hoy menos tremebunda que extraña, como si se mencionara a un animal que no había sido avistado en décadas, y que en otra épocas fuera cazado en abundancia y sometido a continuas batidas policiales.
    Se comprenderá que un movimiento de ideas tan radical haya nacido casi extinto. Sus tareas eran la de Hércules; sus enemigos, antiguos e inmensos como pirámides; y sus fuerzas, limitadas, y al fin, fatigadas. Hubo una época en que el anarquismo era sinónimo de libertad, no de caos inmotivado, y una historia de la disidencia y de luchas por libertades negadas o conculcadas necesariamente debe tenerlo en cuenta. Los anarquistas fueron sus cabezas de tormenta. De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida, y miserable aún"

    ResponderEliminar
  2. Gracias Madame por el comentario. Muy bueno eso de Ferrer. Es mas, para agregar, se dice que fueron en esas primeras discuciones entre Marx y Bakunin cuando se emplearon por primera ves las terminologias ahora tan empleadas. Marx empleaba la caracterizacion anarquista con el significado erroneo de agitadores y amantes del kaos, en cambio Bakunin y sus compañeros llamaban marxistas ironizando a los socialistas autoritarios como una manera de remarcar su adhesion a una especie de caudillo dogmatico.


    Bernav Larvashenkov

    ResponderEliminar