Qué decir…? Casi eufórico me
puse a ver “Tideland” simplemente porque es de Guilliam y porque en su sinopsis
había un roquero drogadicto con una pequeña hija. Motivo más que suficiente
para atraer mi atención.
La película no decepciona,
pero tampoco deslumbra. Es más que conocida la estética y la forma de este
director, que vuelve a poner su firma inconfundible dentro del mundo de la
pequeña Jeliza-Rose, quien al morir su
madre de una sobredosis se muda con su padre, reockero venido a menos y también
adicto a las drogas, a una vieja casa de campo. En ese nuevo ambiente es donde
la imaginación de la niña detona en una versión “tenebrosa” de “Alicia en país de las maravillas” (no
hacían falta tantos guiños para que nos diéramos cuenta!!!)
Para
conjurar el marco, el padre también muere en otro “viaje de vacaciones”,
dejando a la pequeña en ese mundo surrealista.
En
la soledad de la nueva casa Jeliza-Rose sólo puede hablar con las cabezas de
sus muñecas, hasta que conoce a sus vecinos, una pareja de hermanos donde el
menor, retrasado mental, recorre la amplitud de los campos con un traje
submarino y su hermana mayor presenta fuertes síntomas sicóticos y
esquizofrénicos.
De
esta forma Guilliam representa el poder de la imaginación infantil, casi sin
límites y quizás bordeando el peligro y la locura.
El
tema es que por momentos la película es tan “alucinatoria” que nos inunda de
referencias, alegorías y representaciones haciéndonos perder un poco el eje y
aburriendo bastante.
Igualmente
no deja de ser recomendable e interesante de ver y discutir.
Por
Matías Comicciolli.
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