Para
escribir sobre “Abrir puertas y ventanas”,
primero tengo que pensar en sensaciones. ¿Qué me produjo la película? ¿Qué
sentí al verla? ¿Cuáles fueron las emociones que se vieron tocadas?
Salí del
cine con la frase rebotando en mi cabeza: “Otra típica película argentina”.
¿Por qué digo esto? En el film de Milagros Mumenthaler parece no pasar nada
nunca. Tres hermanas viven solas en una casona de barrio. Hace poco que
perdieron a su abuela, quien era la que se encargaba de ellas. Están las tres
apáticas, desganadas, sumidas en un verano caluroso dentro de una casa que
parece contenerlas (cualquier parecido con “La
ciénaga” de Lucrecia Matel, ¿será pura coincidencia?)
La
narración se desarrolla en escenas lánguidas que parecen no concluir nunca en
nada y a los cuarenta minutos de película uno se pregunta: Las actrices están
excelente ¿cómo puede ser que lo que estoy viendo no llene mi atención? Al
finalizar, la sensación es prácticamente la misma.
Pero con el
tiempo la cosa cambia. A los pocos días me puse a pensar, casi de forma
inconsciente, en estas tres hermanas, Marina (Maria Canale), Sofía (Martina
Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) Y es ahí donde la película recobra sentido.
Cada escena, cada diálogo, cada expresión queda guardada en la retina y termina
germinando en esa historia que la directora nos quiso contar.
¿Para qué
uno abre puertas y ventanas? Para ventilar, para que entre luz, para refrescar
el agobio y sobre todo para ver al exterior. Alrededor de esta metáfora es que
la vida de las tres chicas se va mezclando dentro de cada ambiente de la vieja
casa. La convivencia, difícil, tensa y por momentos neurótica hará que el amor
y el odio se hagan presentes junto con las alianzas, los secretos y la
inestabilidad de cada personalidad.
La
realización, por otro lado, es excelente y la fotografía inmejorable. Las tres
jóvenes actrices, como dije antes, son una maravilla y están muy bien
dirigidas. Por eso es que me animo a recomendar “Abrir puertas y ventanas”. Porque es una historia bien contada que
crece, lentamente, sin que nos demos cuenta. Tal vez como el mundo femenino que
la contiene o quizás como la sutileza que maneja en los tiempos para mostrarnos
finalmente los conflictos que genera abrir puertas y ventas.
Por Matías
Comicciolli
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